En el corazón de la mixteca oaxaqueña, donde los sabores ancestrales se entrelazan con la calidez de la tierra, nace una joya culinaria que encanta los sentidos: el mole dulce de Huajuapan. Este platillo, tan profundo como las raíces de su gente, es una verdadera sinfonía de ingredientes que danzan en perfecta armonía. Su color, de un marrón oscuro con destellos rojizos, recuerda a la tierra húmeda tras la lluvia, mientras que su aroma envolvente despierta memorias de cocinas antiguas, donde las abuelas molían especias con paciencia y cariño. Es un mole que se cuece con calma, con chocolate de metate, chiles secos, almendras, pasas, ajonjolí tostado y un toque de plátano macho, todo fundido en una mezcla espesa que acaricia el paladar con dulzura y un dejo de picor que apenas susurra. No es solo comida, es celebración: suele servirse en las fiestas grandes, como bodas, mayordomías y día de muertos, acompañado de arroz blanco y piezas de guajolote o pollo, coronado con ajonjolí dorado que brilla como el sol en la montaña. Cada bocado es un viaje a las tradiciones vivas de Huajuapan, una caricia al alma, un abrazo con sabor a historia