El mezcal, en Huajuapan y en toda Oaxaca, es mucho más que una bebida: es un símbolo de identidad, un destilado que lleva en cada gota el alma del agave y el pulso de la tierra que lo vio crecer. Su elaboración es un arte que combina paciencia, conocimiento ancestral y profundo respeto por la naturaleza. Desde el corte del maguey hasta la cocción en hornos de piedra, la molienda, la fermentación y la destilación en alambiques de cobre o barro, cada paso se hace con manos sabias y corazón entregado. El resultado es un elixir de sabor ahumado, terroso, con notas que varían según el tipo de agave y el método de producción. Puede ser fuerte, pero también suave y seductor, ideal para tomarlo a besos, como dicen los sabios. El mezcal no se bebe a prisa, se disfruta lento, se conversa, se comparte. En cada sorbo hay historia, ritual y fiesta. Es la bebida que acompaña la vida mixteca en sus momentos más importantes: desde los encuentros familiares hasta las grandes celebraciones. Si el chilate reconforta, la barbacoa celebra, y el curado endulza, el mezcal honra. Es el espíritu de Oaxaca embotellado.